Mis tobillos son débiles, no encuentro la estabilidad,
Intento mantenerme erguida, firme en mis convicciones, en el camino que, se
supone, he elegido para mí. Pero el
equilibrio es tan tenue, la balanza oscila hacía todas partes, gira sin sentido
en mi cabeza... el movimiento es tan fuerte que lo siento hasta en los huesos,
siento las fisuras que se forman, rompen mi estructura hasta lo más hondo. Y de
repente la calma, la nada, ni ideas, ni sueños, ni camino... ni siquiera siento
el desequilibrio porque simplemente ni siquiera hay suelo... o cielo, sólo vacío.
Blanco y puro, ensordecedor, desolador. Pero esta calma es, si cabe, más
desesperante que el desequilibrio. Ya no hay sendero, ni forma de encontrarlo,
sólo hay nada.
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